Un día después de ser reelegido, el 23 de enero, y tras repetir que contener
a Irán será su prioridad, Benjamín Netanyahu ultimó los detalles del plan de
ataque a Siria. Siete días después, 16 cazas israelíes invadían el cielo del
Líbano y Siria, bombardeando un convoy y una instalación militar en el
territorio sirio -en las que sospechaba de la presencia de los militares
iranís-, en una agresión “preventiva” ilegal para así evitar la transferencia de
misiles antiaéreos SA-17 rusos al Partido Hezbolá del Líbano. Las fuerzas de Paz
de la ONU, instaladas en los Altos de Golan, juran no haber visto nada, y de Ban
Ki-moon tampoco se puede esperar ni una condena a secas de Israel por violar el
derecho internacional y agredir a dos países soberanos. El octubre pasado,
Netanyahu descargó bombas contra un arsenal de municiones en Sudán. ¿Qué país
será el siguiente?
El ataque sorpresa se puso en marcha cuando los hebreos consiguieron
despistar a la prensa, colándoles la falsa noticia de una fuerte explosión en la
planta nuclear iraní de Fordow, resultado al parecer de un sabotaje de sus
agentes. Así, además pusieron nervioso a Teherán, entreteniéndole en las
inspecciones y desmentidos. La propia Siria tampoco lo denunció al ocurrir.
Que el ataque se produjera con el visto bueno de EEUU revela que el bravo de
Netanyahu no puede actuar por su cuenta, aunque Barak Obama quiera presentarle
como el malo de la película, manteniendo así su imagen, y de paso aprovechar la
impunidad de la que goza este Estado para avanzar sus planes en la región, sin
pasarlos por el Consejo de Seguridad.
Pero si ambos países hasta hoy habían tenido cuidado en no exhibirse en la
crisis de Siria, presentándola como un conflicto interno por la libertad, ¿por
qué cambian de estrategia?
Dicha acción, además de marcar la entrada abierta de Israel en el conflicto,
tenía varios objetivos: Desgastar a Irán y arrastrarla a una guerra
directa en el suelo sirio, donde carece de logística; acusarle de “terrorismo”
(ahora que no hay armas de destrucción masiva) ante la opinión pública del
Occidente; impedir que Hezbolá, aliado de Teherán, consiga nuevas armas
sofisticadas. Israel no podría atacar a Irán con un Hezbolá fuerte en su
frontera; reparar el orgullo herido de los israelíes que vieron volar en el
cielo de su país un avión de reconocimiento de este partido libanés de
fabricación iraní; minar los intentos de una parte de la oposición de negociar
con Bashar al Assad, en busca de una salida política; obligar al presidente
sirio a abrir un nuevo frente desde el sur (en el norte, le aprieta Turquía) y
así dispersar sus fuerzas y permitir el avance de los rebeldes; forzar a Rusia
–aliado de Siria- a optar por la solución menos dañina para Moscú: dejar caer a
Assad en vez de involucrarse en una guerra, y ¿cómo no?, colocar la cuestión de
seguridad en la propia sociedad israelí, eludiendo los problemas sociales que
restaron votos al Likud en las recientes elecciones.
Que Irak, Afganistán, Sudan, Libia y Siria hayan sido agredidos sin tener
armas nucleares (por aquellos que sí poseen cientos de ellas) está empujando a
los países estratégicos hacia una carrera armamentística suicida.
Consecuencias del ataque
No es inteligente agredir a un país envuelto en un conflicto interno si le
respaldan Rusia e Irán. Este ataque es distinto al que lanzó el gobierno de Ehud
Olmert en 2007 contra un reactor nuclear sirio. El prestigio de Israel y su
poderío a nivel regional se han deteriorado y está por ver si su cálculo de
costo-beneficio en esta agresión es acertado.
Puede que Tel Aviv haya creído que Irán y Hezbolá no tomarían represalias. Al
partido libanés, debilitado por la actual guerra de Siria, quizás le convenga
dejarlo pasar. Además en junio hay elecciones parlamentarias y quiere
presentarse como una fuerza nacionalista libanesa.
No es el caso de Irán. Si Israel vuelve a atacar a Siria –probabilidad alta-,
Irán responderá, aunque lejos de su territorio y a través de terceros para no
enfrentarse a EEUU. De lo que no hay duda es que un vis avis irano-israilí hará
disparar el precio de petróleo.
En cuanto a la reacción de Bashar al-Assad, tras la masacre de su pueblo, no
le puede pedir que luchen contra el enemigo extranjero, aunque sí podrá afirmar
ser víctima de una conspiración elaborada fuera. De momento no ha caído en la
trampa. No abre un nuevo frente de guerra y se sigue centrando en recuperar las
posiciones perdidas en el interior del país, mientras estudia si le conviene
aprovechar esta oportunidad y exportar el conflicto involucrando a toda la
región: ¡Que m
ueran conmigo los filisteos!
Gobiernos aparte, las reacciones populares van naciendo: el atentado contra
la embajada de EEUU en Ankara, en protesta por el papel lacayo de Turquía en la
guerra contra Siria, es la primera.
El ‘Eje de resistencia’, compuesto por Irán, Siria, Hezbolá y Hamas, se ha
roto. ¿Dejarán de luchar los yihadistas contra Assad para vengarse del ataque
judío contra un país musulmán?